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lunes, 8 de julio de 2013

''Nutrientes somos y nutrientes seremos'' de Carmen (2ª Sesión, 15.02.13)

Para la segunda sesión proponíamos escribir un relato de no más de dos páginas, de tema libre y en el que teníamos que incluir la siguiente cita:  Conserva tus sueños. Nunca sabes cuándo te van a hacer falta; y la palabra Cartapacio.

NUTRIENTES SOMOS Y EN NUTRIENTES SEREMOS
Aún acaban de dar la última palada a la harina cuando empezó a vivir. Era tan perfectamente redonda como cualquier otra, con el mismo relleno delicioso en su interior que sus hermanas, pero desde el principio se le notó cierto aire distante y tendencia a la meditación. Daba igual, pensaron todas, si en apenas 10 minutos de vida no quería hablar con nadie, ese era su problema. Pero habló, vaya si habló. Y para sorpresa de las demás, lo hizo con la más vieja de todas, la que estaba apunto de irse. Ese fue el problema, si vives 10 minutos y 3 de ellos estás hablando con alguien al que solo le quedan 2, los 8 que a ti te quedan serán más parecidos a los 2 que le quedan a ese alguien.
Pero era una pizza curiosa, y ya se sabe cómo son las pizzas curiosas.
A las miradas reprobatorias de las otras pizzas no les encontraba motivo, porque la pizza vieja hablaba amablemente con ella. Conversaron un rato sobre todo un poco, pero cuando se dio cuenta de que su compañera seguía con detenimiento las idas y venidas de los humanos se sintió preocupada. Allí pasaba algo y quería enterarse.
-Es el horno, pequeña, pronto iré con él.
-¿Qué pasa con el horno? ¿Para qué sirve?
La pizza vieja sonríe, tal vez decidiéndose a gastar sus últimos minutos en conversar con aquella chiquilla.
-El horno es donde todas acabamos porque para eso hemos sido creadas. Has de saber que aunque tu masa aún sea blanda y el tomate sabroso, pronto irás allí y todo acabará.
No está contenta con la explicación.
-¿Pero entonces para qué servimos? Si nos crean y luego…bueno, y luego nos llevan allí, no sirve de nada estar vivas.
-Nadie lo sabe. Nadie sabe qué pasa después del horno. Cuentan que al principio se está bien, cómoda y calentita y después te vas. Pero tu cuerpo no se va, porque se lo llevan los humanos, pero tú ya no estas ahí.
La pizza joven intenta imaginarse así misma sin su forma de pizza y no lo consigue. Se queda muda por unos instantes. Piensa en alguna forma de escapar del horno y sus terribles consecuencias, pero no encuentra nada que le sea de ayuda.
-Lo llaman muerte.
El comentario de la pizza vieja le hace volver a la realidad.
-¿A qué?
-Al horno, a irse, a lo que hay luego. Todas nos vamos. Cada cinco minutos exactamente, aunque alguna tiene suerte y aguanta seis y medio. Bueno, suerte a veces no, porque cuando llegamos a mi edad ya estamos tan cansadas que deseamos que llegue rápido.
-Pero no puede ser, apenas diez minutos, tanto por ver y conocer, y no hacemos nada, solo esperamos. Esperamos pensando en luego, sabiendo que luego no hay nada. Esperamos la nada.

La pizza vieja se compadeció de la pizza joven. Realmente aquella chiquilla podría hacer tantas cosas y estaba tan llena de vida. Sabía que tenía razón pero ella ya no podía hacer nada. Su tiempo se había agotado. Los pasos malditos se acercaron y unas manos la cogieron. Siempre pensó que miraría al horno con horror, pero en lugar de eso la pizza vieja se volvió y le dijo a la joven:
- Nunca olvides tus sueños, no sabes cuando los vas a necesitar.
Y se fue.
De repente, la pizza joven empezó a sentirse vieja. Ahora era ella la que esperaba el horno. Miró a su alrededor y vio como faltaban pizzas y había otras nuevas. Se sumió en el silencio, agobiada por un destino ineludible. La última frase además le había dejado un sabor amargo, ese que queda cuando dependes de la esperanza. Fue pasando del desconcierto a la frustración, y luego a la rabia por todo. El tiempo también pasó. Acabó por dejarse vencer y aceptarlo, buscando así vencer desde dentro mismo de aquel laberinto. Sacó fuerzas de su curiosidad antigua. Cuando las manos del humano la cogieron a ella, con cuidado pero con un recorrido claro, miró expectante el rostro que tal vez tendría las respuestas. El corazón iba por un lado y la mente por otro, no importaba ya, solo miró aquella cara con la pregunta final apunto de decirla. Pero no llegó a hacerlo. Tan solo la pensó.

***************

El chaval, que ya no era tan chaval, quedó absorto en otros mundos. Para un mísero curro que tenía en la pizzería esperaba que al menos le tocara atender a las chicas que por allí pudieran dejarse caer. Pero no, el trabajo consistía en llevar pizzas de un lado a otro de la cocina, ni siquiera a llevarlas en moto. Tal y como estaba todo no podía quejarse, ya, pero…Era vago, no se iba a engañar, y nunca tuvo grandes aspiraciones. Le gustaba la vida cómoda en casa y la ajetreada en la calle. Era sencillo, nunca se planteó grandes metas ni reflexionó mucho sobre su vida. Joven, y aún así los días ya le parecían monótonos, como si se repitieran constantemente, con lo mismo malo y lo mismo bueno. A menudo se decía que era un laberinto en el que no sabía como había entrado, quizás ya hubiera nacido en él.
Por eso se permitió evadirse aquel día, harto ya de todo. Y lo único que le vino a la mente mientras transportaba pizzas fue pensar cual sería su vida si tuvieran alguna. La pregunta le cautivó y se asombró de que hubiera llegado a pensar algo tan extraño e impropio de él. Casi llegó a sentir como la pizza que tenía entre manos le ajusticiaba con la mirada, una mirada de pizza con vida.
- Eh, chaval, despierta, a ver si te pago para que no hagas nada.
El jefe. Todos los días le recordaba la suerte que tenía de que le hubieran aceptado a las primeras de cambio, que había sido por el accidente de aquella señora vieja…Cualquier cosa.
- Pareces la Rosi, acabarás diciendo que las pizzas te hablan.

Fue como si le leyeran el pensamiento.

***************

La Rosi llevaba una vida feliz y retirada, lejos del mundanal ruido. La suya era la felicidad que todos persiguen, la felicidad de la locura. Nadie sabía de donde había salido el dinero para pagarle aquella cara residencia psiquiátrica. Se decía que un admirador de juventud había pagado todos los gastos discretamente y solo había dejado como firma un triste y desangelado cartapacio, al estilo de los que antes se usaban, con un retazo de papel que decía “Nunca olvides tus sueños, no sabes cuando los vas a necesitar”. Poco importaba ya.

Todos los días sin falta, el paseo de la Rosi era una señal más de lo injusta que es la vida. Después de la caída no tuvo más remedio que jubilarse. Antes ya tenía problemas, pero no le impedían trabajar. Era una buena mujer. A todo el equipo le gustaba oír las historias que aquella anciana  contaba a quien quisiera escuchar. La echaban de menos, a ella y tal vez a ese mundo donde solo se vivía diez minutos. El jefe tan solo la llamó vieja loca y se dedicó a tapar el asunto. No sería bueno que la prensa y los clientes se enterasen de que un exceso de trabajo, mal pagado, provocara alucinaciones en los trabajadores. Podría haber envenenado las pizzas en un desvarío más.
Los médicos achacaban el empeoramiento de su estado a las fracturas de la caída. Como enfermedades es de lo que más sobra en este mundo, había razones suficientes para creer que la Rosi no viviría más allá de unos meses. En eso todos los médicos y psiquiatras estuvieron de acuerdo. La Rosi, muy gentilmente, se deshizo de ellos con una sonrisa que encerraba compasión y un guiño de sabiduría. Luego se retiró a su habitación con paso taciturno, del brazo de la asistente. Para ella toda aquella palabrería ya no valía nada, no hacía efecto. Había aprendido mucho de las pizzas y estaba decidida a vivir su vida todos los días, fuera corta o larga.
Aquella nueva mañana sacó, como siempre, otro papel del cartapacio y continuó dibujando pizzas, sus eternas compañeras. Las conocía a todas, sabía que las carbonara solían ser las más antipáticas y las hawaianas las más divertidas. Un catálogo completo, dibujado y coloreado, adornaba las paredes de la vacía habitación. Aquella mañana dibujó una pizza nueva y diferente a todas las demás, una pizza libre. Libre y muy curiosa.

La Rosi era inmensamente feliz por poder sonreír al mundo.

Carmen Reivelo. E 3º C.

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